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The Last 10 Years - 余命10年

  • xavifortezacalafel
  • 18 sept
  • 5 Min. de lectura

Una historia sobre vivir con el tiempo contado, amar sin garantías y agradecer cada instante


Introducción


The Last 10 Years es un drama romántico japonés dirigido por Michihito Fujii que, con elegancia visual y hondura emocional, convierte una premisa dolorosa en un canto a la vida. Protagonizada por Nana Komatsu (Matsuri Takabayashi) y Kentaro Sakaguchi (Kazuto Manabe), la película adapta la novela autobiográfica de Ruka Kosaka y cuenta con música original de RADWIMPS. Más que un “weepy romance”, es una experiencia catártica que invita a mirar el presente con gratitud.



Sinopsis


Matsuri, con apenas veinte años, recibe un diagnóstico incurable: le quedan diez años de vida. Tras dos años de hospitalización, en 2013 vuelve a casa con una decisión radical: no enamorarse ni planear a largo plazo, para evitar hacer daño o hacerse daño. Entre medicación, oxígeno y la sobreprotección de su familia (padres y su hermana mayor, Kikyo), intenta recuperar una normalidad precaria, trabajando con su amiga Sanae y asistiendo con timidez a reuniones de antiguos compañeros.

En una de esas reuniones, se reencuentra con Kazuto, un joven reservado que atraviesa su propia oscuridad. Esa misma noche, él intenta quitarse la vida y sobrevive; el hecho sacude a Matsuri, que lo encara con rabia por despreciar lo que a ella se le está negando. El tiempo vuelve a cruzarlos: Kazuto se reconstruye paso a paso, mientras la salud de Matsuri se deteriora. Entre fuegos artificiales, paseos y silencios compartidos, la cercanía crece. Cuando él confiesa sus sentimientos, Matsuri intenta huir; una crisis respiratoria la obliga a revelar su enfermedad y, contra su promesa inicial, decide vivir ese amor a pesar del reloj implacable.



Personajes principales


Matsuri Takabayashi (Nana Komatsu)


Matsuri inicia como una joven que se protege negándose a desear, como si así pudiera mantener a raya la inevitabilidad de su destino. Su arco la transforma lentamente: de “sobrevivir” a “vivir”, de observar desde la barrera a permitirse la alegría aunque sea fugaz. Komatsu construye esta evolución con sutileza y fuerza, componiendo una interpretación contenida y luminosa en la que miedo, ternura, rabia y valentía conviven en cada mirada y gesto. Su derrumbe frente a la madre —“no quiero morir”— condensa el corazón de la película: un estallido de verdad y vulnerabilidad, de honestidad sin artificio, que marca el punto de inflexión más conmovedor de toda la obra.


Kazuto Manabe (Kentaro Sakaguchi)


Kazuto es el contrapunto: alguien que casi renuncia a vivir y que, al conocer a Matsuri, aprende a aferrarse a la vida. Pasa de la apatía a la determinación con una evolución orgánica y matizada, reflejando cómo un joven perdido encuentra un propósito al compartir tiempo con ella. Su amor no “salva” a Matsuri del destino, pero sí le ofrece un presente con sentido y a él le regala la convicción de seguir adelante. La química con Komatsu sostiene la verdad del vínculo: gestos pequeños, silencios elocuentes y una ternura que evita la cursilería, logrando que cada mirada compartida pese más que mil palabras.


Kikyo, Sanae y el círculo cercano


Kikyo (Haru Kuroki), la hermana mayor, encarna el duelo anticipado de la familia: sobreprotección, negación y un amor feroz que poco a poco aprende a soltar, mostrando con Haru Kuroki una actuación contenida pero devastadora. Sanae (Nao) representa el ancla cotidiana: amistad que sostiene sin dramatismos, esa amiga que aporta calidez y naturalidad al drama. Figuras como el médico (Tetsushi Tanaka), con su serenidad profesional y empatía discreta, y el mentor de Kazuto (Lily Franky), que funciona como guía y voz de experiencia, aportan humanidad y calma en la tormenta, recordándonos que alrededor de los protagonistas también existe una red de apoyos y testigos que enriquecen la historia.



Estilo visual y fotografía


La película fue rodada a lo largo de un año para capturar el ciclo estacional completo: cerezos en flor que anuncian la primavera, veranos luminosos con cielos despejados, otoños de hojas doradas que crujen bajo los pasos e inviernos silenciosos cubiertos de nieve. Los pétalos de sakura —símbolo de la belleza efímera— se convierten en leitmotiv visual y emocional, subrayando la mortalidad y el valor irrepetible de cada instante. La cámara de Fujii rehúye el subrayado fácil y apuesta por un realismo poético: planos íntimos, uso del silencio como recurso dramático, encuadres que parecen pinturas estacionales y una luz natural que acompaña y marca el paso del tiempo. Es un lenguaje visual de “menos es más” que potencia la emoción sin manipularla, invitando a que el espectador se sienta partícipe de ese fluir de las estaciones y de la vida misma.



Banda sonora


RADWIMPS firma una partitura elegíaca de piano y cuerdas (con el tema “Uruubito”) que respira con los personajes. La música no empuja la lágrima: acompaña el anhelo, deja espacio al silencio y tiñe incluso la alegría con una melancolía suave, recordando que cada momento es prestado y, por eso mismo, precioso.



Temas centrales


Tiempo y sentido


¿Cómo se vive cuando el final tiene fecha? La película plantea que el tiempo no se expande, sino que se condensa y adquiere un peso distinto: cada segundo es un tesoro. Vivir no es negar la muerte, sino abrazar la vida con la certeza de que se acaba, transformando cada instante en algo único, irrepetible y, por eso mismo, profundamente valioso.


Amor y miedo


Matsuri cree protegerse renunciando a amar, convencida de que así evita añadir sufrimiento a su vida breve; pero en el camino comprende que el amor no elimina el dolor, sino que lo llena de sentido y lo transforma en un recuerdo luminoso. Kazuto, en paralelo, se mira al espejo y aprende que su existencia —con cicatrices y contradicciones— sigue teniendo un valor profundo, y que compartirla con alguien la hace todavía más digna de vivirse.


Familia y cuidado


El duelo anticipado atraviesa a padres y hermana: una mezcla de control excesivo, impotencia silenciosa, miedo al vacío y ternura protectora. La película observa con compasión cómo cada uno lidia con esa cuenta atrás, mostrando la sobreprotección del padre, la fragilidad oculta de la madre y el amor feroz de la hermana, y cómo poco a poco todos aprenden a estar presentes sin asfixiar, a acompañar sin anular, a sostener con delicadeza en lugar de encadenar.



Lo que enseña la película


Que amar sabiendo que terminará no es un error, es un acto de valentía inmensa, un gesto de fe en el presente. Que la honestidad —con uno mismo y con los demás— no solo libra de arrepentimientos, sino que abre la posibilidad de reconciliarnos con nuestra fragilidad y hallar paz incluso en la cuenta atrás. Que el presente, vivido con atención y sin miedo, puede ser más ancho y pleno que una década entera de distracción o rutina, porque cada instante consciente se multiplica en intensidad. Y que la gratitud, lejos de ser un simple consuelo, transforma incluso lo breve en algo inmenso: un recuerdo eterno, un refugio en la memoria, capaz de dar sentido a una vida entera aunque esté hecha de instantes fugaces, como pétalos que al caer se convierten en eternidad.



Reflexión final


The Last 10 Years no “explota” la lágrima: la mereces. Al final duele —como debe doler—, pero lo que permanece es una gratitud rara, luminosa: por los pétalos que caen, por las manos que se buscan, por los días que, aún contados, se llenan de sentido. Salí pensando que no es una historia sobre morir, sino sobre cómo elegir vivir cuando el calendario se vuelve espejo. Y que ahí, en esa elección cotidiana, cabe todo el amor del mundo. Y confieso que al verla también pensé en mí: en los momentos en que he sentido que el tiempo se escapa y en cómo, a pesar de ello, uno puede decidir abrazar lo que tiene delante. Ese espejo del calendario me recordó que mi propia vida, con sus miedos y anhelos, también merece ser vivida con esa intensidad.


¿Y tú, te has detenido a pensar qué harías si supieras exactamente cuánto tiempo te queda para amar y vivir?



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